Este domingo, la Asociación del Camino de Invierno  por Ribeira Sacra iniciaba la peregrinación por el Camino de Invierno entre Ponferrada a Las Médulas.

Previa a la caminata, visitaban el Castillo de Ponferrada, una fortaleza ligada a la Orden  de Temple quienes establecieron en ella una encomienda.  Tomaban posesión en 1178 hasta su expulsión por disolución de la Orden. Una fortaleza que pasó por manos de varios nobles hasta que en 1440 llegaba a las de Pedro Álvarez Osorio, primer Conde de Lemos. También la fortaleza de Cornatel, situada a unos 18 km de la ponferradina, y anexa al camino, estuvo en manos del primer conde de Lemos en 1430; e igual que aquella, anteriormente la ocuparon los templarios venidos de Ponferrada entre 1213 a 1312. Si bien, el origen se cree que fue romano,  donde un destacamento militar controlaría las cercanas minas auríferas de Las Médulas.  Unas fortalezas bercianas que arrastran vínculos históricos con las tierras de Lemos, donde la fortificación monfortina que consta de torre de homenaje y palacio condal fue residencia, durante generaciones de los grandes señores de Galicia y España, los Condes de Lemos.

Los caminantes, a pesar de la lluvia prosiguieron su marcha cruzando los lugares de Toral de Merayo, Villalibre de la Jurisdición, Priaranza del Bierzo y Santalla,  con sus viviendas tradicionales que conservan hermosas balconadas de madera.  A la salida de este último lugar se encuentra la solitaria ermita del Carmen, con rejas en la puerta donde alguno depositaba una limosna.  Tras cruzar el arroyo Ríoferreiros, siguieron  por el Camino Real,  en línea recta hacia Borrenes,  cruzando la  pizarrosa escombrera  que lleva al alto donde se junta con el camino que da la vuelta por Villavieja.

 

Llegaban a LasMédulas donde disfrutaron de la típica gastronomía de estas tierras, empezando por un reconfortante caldo berciano que les preparó  la buena cocina del Restaurante “Durandarte”.

Finalizaban la jornada recorriendo el Parque arqueológico de Las Médulas, vestigio de lo que ha sido la gran explotación aurífera romana, quedando esos pináculos rojizos que siempre nos asombran. El colorido rojizo de la tierra arcillosa unido a esas estructuras fantasmagóricas,  restos  de los  intencionados y sucesivos derrumbes de la montaña,  por el hombre, (técnica “ruina montium”), a fin de extraer el apreciado mineral aurífero, causan impacto en todo aquel que los contempla. No es extraño que el conjunto haya sido declarado Patrimonio de la Humanidad en 1997.